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jueves, 11 de junio de 2009

Las caricias de mí abuela

Nunca llegaron a ser los abuelos de mis hijos, pero en el fondo de mí alma, también este poema es para ellos.


Siempre he creído que los abuelos son primordiales en la vida y en la educación de sus nietos. Y a pesar de las cosas que he visto a lo largo de mí ya extensa vida, nunca he encontrado razones que me obliguen a cambiar de opinión. Hoy quiero rendir homenaje a todas esas abuelitas que siempre se han desvivido por sus nietos, por cuidarles, por quererles, por mimarles...¡si! también por mimarles, que para eso están los abuelos. Dicen: Es que los abuelos malcrían a los nietos... ¡ah ignorantes! ¡nadie mas pendiente de la educación de los nietos que los abuelos! Hoy os traigo un poema de mi libro: Entre renglones. Se titula Las caricias de mí abuela y es, como ya he dicho antes, un pequeño homenaje a todas las abuelitas y abuelitos por la labor que siempre han desarrollado junto a sus nietos.
Las caricias de mí abuela
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Calle de la Palma veinte,
donde mí abuela vivía.
¡Dulce mujer! Permanente
eran su amor y alegría.
Cada vez que paso
por la calle esa,
miles de recuerdos
a mí mente llegan.
Y me bullen dentro
con la misma fuerza
que bulle un enjambre
en una colmena.
Recuerdos lejanos
que a mí mente llevan
las dulces caricias
que daba mí abuela.
Sus manos rugosas,
un bálsamo eran
que al acariciarte
mataban las penas.
Las viejas batallas...
a veces sangrientas
de los siete años,
dejaban secuelas...
mil magulladuras
en brazos y piernas,
y a veces, incluso...
¡alguna "pitera"!
Y entonces, con mimo,
suaves como seda,
curaban las manos
de mí pobre abuela.
Me daba dos besos,
me hablaba serena...
"no lloris, mi niñu,
que est'aquí la agüela".
Y me acariciaba.
¡No se lo que era!
Si serian sus manos...
o el amor de ella...
o quizás sus besos...
¡o aquella manera
de hablarme tan dulce
que tenía mi abuela!
Lo que me curaba...
¡no se lo que era!
¡pero estoy seguro
que nadie en la tierra
que haya sido niño
y tenido abuela,
habrá conocido
mejor enfermera!
No fallaba nunca.
Sus manos de seda,
palpaban mimosas
y luego, serena,
decía riendo:
"Pa que no te duela,
tengu yo una cosa
en la faldiquera".
Metía la mano,
y sacaba en ella
algún caramelo
de cuando la feria.
O alguna castaña...
¡o quizá unas perras!
Y yo la miraba...
se reía ella...
me daba dos besos
alegre y contenta,
y se me curaban
todas las "piteras".
Por eso esa calle
me llena de pena,
porque siempre pienso
que ya no está ella,
y digo... ¡no paso!
Pero aunque no quiera,
termino pasando
frente aquella puerta
donde se asomaba
cuando yo iba a verla.
Y al verme decía:
¡"Mecachin la pena"!
"¿Quien es esti mozu
que tengu a la puerta
tan grandi y tan guapu?"
"¿Quien eris tú... ¡prenda!?"
Y yo me reía...
lo mismo que ella,
cuando la decía...
"¡soy tu nietu... agüela!"
Para mis queridas sobrinas Isi y Julia, dos hermosas abuelas. ¡Olé que sí!
Y benditas todas las demás abuelas por su cariño sin límites.