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lunes, 15 de octubre de 2012

Desde la sierra








Desde la sierra

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Ladera de serranía
donde mi pueblo se asienta...
bello trono que sustenta
la mas perfecta armonía.
Yo no se lo que daría
por retornar a sus lares...
recorrer sus olivares...
y sentir en derredor
el susurro acogedor
del viento entre los pinares.
Mirar el monte añorado
desde lo alto de la sierra
y contemplar cuanto encierra
su horizonte dilatado.
Captar su olor, que pausado
va impregnando mis sentidos.
Escuchar mil y un sonidos,
en tanto vuela mi mente
sintiendo como un torrente
el ritmo de mis latidos.
Respirar el dulce olor
que se desprende del suelo...
contemplar el claro cielo...
admirar el esplendor
de armonía y de color
que la pupila me llena.
Arrojar de mí la pena,
mientras se llena mi alma
de tranquilidad y calma...
de paz y quietud serena.
Recorrer con devoción
sus parajes magistrales.
Aspirar de sus jarales
el tenue aroma dulzón...
inundarme de pasión
viendo tanta maravilla,
que de una forma sencilla
bajo el limpio azul del cielo,
llena de luz este suelo
del pueblo de Serradilla.
Recorrer viejos senderos
entre pinos y encinares.
Recordar los avatares
de aquellos años primeros.
Ver naranjos... limoneros...
y con fruición aspirar
la fragancia del azahar.
Ver como cortan el cielo
los canchales. Y hasta el vuelo
de algún buitre en el pinar.
A la garganta me invitan
vericuetos retorcidos
que despiden mil sonidos
de alcornoques que palpitan,
se estremecen y se agitan
suavemente con la brisa.
Su ruido es una sonrisa
que nos ofrece el lugar...
algo digno de escuchar
con respeto... ¡como en misa!
El ejido soñoliento
que ayer rugió bullicioso,
donde trillaba afanoso
el labrador su sustento...
Mi mente por un momento
se ha quedado detenida...
Hay una pena escondida
al ver, triste y solitario,
este ejido centenario...
¡como ha cambiado la vida!
Al final del caminito
de eucaliptos sombreado,
está ese lugar sagrado...
el del reposo infinito.
El guarda en un rinconcito
los amores que se fueron,
esos seres que nos dieron
dedicación y fervor...
el guarda todo el calor
de aquellos que ya murieron.
De la Portilla hacia abajo
cual cicatriz alargada,
la silueta recortada
de los riberos del Tajo.
En vuelo rasante, bajo,
dos golondrinas volando,
como si fueran guiando
los pasos del caminante.
Parece por un instante
que el ayer esté pasando.
Las cadenas. La portilla.
La cruz del siglo y el rancho.
Pinos entre cancho y cancho.
Las trochas. En Serradilla
todo es quietud. Maravilla
que en la falda de una sierra
como un tesoro se encierra.
No me gusta presumir...
pero esto, me hace sentir
el mas feliz de la Tierra.







J. F. Bravo Real











3 comentarios:

Anónimo dijo...

Hace tiempo que no paso a leerte, pero este poema a tu Serradilla, es preciso, cuantos elogios y piropos, se nota que estás orgulloso de tu sierra, me alegra sentirte tan feliz.
Un abrazo.
Ambar.

Juan Francisco dijo...

Lo heredé de mis padres, amiga Ámbar y orgulloso me siento de ello. Gracias por pasar y por tus palabras. Te mando un abrazo grande.

Meulen dijo...

Una persona apegada a su tierra
como debe ser no?
se ve muy bien escrita las descipciones de ese lugar y se recorre bien por sus campos
y sus vericuetos

Siempre uno debe sentirse
muy bien en el lugar donde uno nació y se formó

felicidades!